El Saludo de Razvan
Un tarde agradable ir a caminar, dar un paseo por el parque de Santander en Canal, me parecía estupendo y
saludable. Al instante pude notar como el sol se disponía a ponerse, cuando sentí en
mi piel sus últimos y frágiles
rayos de la tarde que me prodigaban, como un
abrazo amical y agradecido. De pronto me sentí muy afortunada.
Estaba caminando por
la vereda de la calle Galileo, cuando de pronto escuché que alguien me habló
despacio, detuve el paso y allí sentado en una banca de la misma calle, estaba
un hombre que llamaba mi atención con su saludo. Me di
cuenta que aquel hombre tenía ganas de
hablar, entonces comprendí la señal y me senté a su lado a compartir y ser su confidente por un momento.
Parecía que estaba a gripado, tenía dificultad para hablar, pero igual continuó
su relato, tenía ganas de contar su historia. Me contó de sus viejos tiempos, productivos y alegres, donde su mundo era iluminado por un sol
glorioso y permanente de trabajo y amigos, hasta sonreímos juntos con sus anécdotas.
Por aquellos tiempos todo era real y fabuloso para él. El hombre se llamaba Razvan y era de origen Rumano. Era de porte alto, de
rostro agradable, grueso de contextura, me dijo que tenía 65 años, pero que le marcaban como 70 años, con
unas cejas pobladas, fruncido el ceño allí
enterrado estaba una ira dormida. También pude notar que había un diálogo mudo en su rostro, de adulto melancólico y por
momentos de niño rebelde. Era notorio un desdén en su persona, como su propia
historia poco afortunada cuando lo perdió todo. Asomaba una barba poco crecida
entre blanco y gris, unos ojos claros intensos que guardaban secretos difíciles
de ocultar, y tristes como niño que se
hubiera quedado huérfano de noche a la mañana sin entender nada. Allí sentado en esa banca de madera, que por
momentos era su único hogar, su único refugio, Razvan en su cotidiano vivir había aprendido a
sobrevivir en este mundo, y a no sentirse tan solo. Se dirigía a los transeúntes de la vereda, saludando,
pasando la voz, haciéndose notar, aunque en realidad no conocía a ninguno. Su día de suerte era cuando
alguien le escuchaba y le devolvían el saludo,
entonces Razvan se sentía que estaba vivo y agradecido.
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